Estas vacaciones vimos en familia el Cyrano de Rostand, la versión de Depardieu. Teníamos dudas de si les gustaría a los chicos porque todavía alguno es bastante infantil, pero fue un éxito, les encantó. ¡Vivan los clásicos!
Yo ya la había visto varias veces y en diferentes versiones, incluso en teatro, cuando teníamos tiempo para ir (snif, snif…) Y como suele pasar al verla otra vez, siempre encuentras algo nuevo. Siempre descubres diálogos que antes no te aportaron mucho, matices, gestos…
En esta ocasión me sirvió porque me vi reflejado, fue un espejo de mí mismo, no porque tenga una nariz tan larga, pero sí por los muchos miedos que comparto con el protagonista.
El narigudo y quijotesco espadachín de Gascuña sufre las consecuencias de su superlativo apéndice. Se siente feo, feo y solo, y no mira más allá de “su pirámide de Egipto” como decía Quevedo en su poema. Y no mucho más allá había algo maravilloso, un gesto de una valentía de superhéroe, un gesto tan generoso como el de escribir versos para que otro enamorara a aquella dama de la que él habría matado por tenerla.
Todos somos un poco Cyrano, todos tenemos dudas, miedos, precariedades, fragilidades, defectos físicos, caracteres difíciles… Cuando no estamos contentos con nosotros mismos, nos sentimos decepcionados, no nos aceptamos y nos aislamos, nos frustramos.
La pregunta es ¿cuál es nuestra nariz? ¿Qué es aquello que nos bloquea, que no nos deja ser del todo libres?
Sea cuál sea, que no desenfoque el horizonte al que te enfrentas cada día. La vida es el mejor y único tesoro que se nos regala, no la malgastemos por esos temores.
Hay miedos que nos acompañan toda la vida; a hacer el ridículo, a no dar la talla en el trabajo, en una relación, en la familia… miedo al desamor, o a no encontrar tu media naranja, miedo a no ser buen padre, o buen hijo. Miedo a caer y no tener fuerzas de levantar y seguir por muy grande que sea la herida.
Lo importante es luchar, luchar y rezarlo, claro. Al final, y una vez más, todo se resume en FE y HUMILDAD.
Hace poco el papa Francisco resaltaba que“las grandes cosas que el Señor hace en el mundo con los humildes” son posibles “porque la humildad es como un vacío que deja lugar a Dios”.
“El humilde es potente porque es humilde, no porque sea fuerte. Esta es la grandeza del humilde”, aseveró.
Por lo tanto y aunque suene raro, tenemos que “aceptar nuestra nariz” y dejarla a un lado sin que condicione el resto de nuestra vida. Como decía aquel, “Soy lo mejor que tengo a pesar de mí mismo”. Aunque no lo entendamos, no siempre tenemos que ganar todas las batallas, es ese “servir al prójimo por encima de nuestros objetivos”y ofrecérselo al Señor.
En la última escena de la obra, Cyrano, moribundo,se confiesa a Rossana diciéndole:
“¡Sí!… Mi vida no fue más que un servir de apuntador a los demás y luego ser olvidado.¿Os acordáis de la noche en que Cristián os habló bajo vuestro balcón? Pues bien: toda mi vida puede resumirse en eso: Mientras que yo permanecía abajo, en la sombra, otro subía a recoger el beso de la gloria”.
Perdamos pues el miedo a nuestras debilidades, y aceptemos e intentemos superar “nuestras narices” con fe y mucha humildad.