La semana pasada cumplí cincuenta años, a Dios gracias. Y como no podía ser de otra manera, mi mujer me dio una sorpresa: ¡un viaje! -¡Aaaaahhhh, qué maravillaaaaaa!- pensé. -¿Un paseíto por Nueva York, quizás?, ¿una vuelta por Londres ? ¿un hotel con encanto en Cantabria?- Perdonad lo pretencioso, pero es que 50 solo se cumplen una vez.
En fin, cuando llegó el momento, y al adelantarme Adriana que el destino empezaba por “M”, le dije emocionado: -Ya está, ¡Manhattan! ¡Yabadabaduuuuuu! Pero no; me contestó que no, que después de la “M” iba una “E”. Mmmmmm, con “ME” solo se me ocurría Medina del Campo, pero preferí callarme.
-Medjugorje Miguel, nos vamos a Medjugorje- me dijo. Lejos quedaron mis sueños de una pizza en Little Italy, y de un concierto de jazz en el Soho. La sorpresa no fue lo que yo me esperaba, pero volver a tierra de María con Adriana siempre es apostar a caballo ganador.
Y así fue. Cinco días para celebrar mis cincuenta, celebrar nuestro 20 aniversario de boda y para salir de la rutina, dejar a los niños en manos de buenos amigos, y llevar a otras manos, las de la virgen, nuestras preocupaciones, nuestros miedos, nuestras heridas, y porqué no, nuestras alegrías, nuestra felicidad y a nuestra familia.
Qué bien sienta y qué necesario es salir de vez en cuando a alguna peregrinación, ya sea a Bosnia, Fátima, o Lourdes…, da igual. Unos días en búsqueda de algo tan necesario para reforzar nuestra fe, algo tan codiciado hoy en día, tan indispensable: el silencio. Esos momentos de encuentro con uno mismo, de reflexión, de vaciarse, de abrirse al Señor, de abrazar a María, de romperse, de recomponerse, de sanar, de ORAR juntos. Esos momentos son difíciles de encontrar si no lo hacemos desde el silencio, desde el silencio exterior y desde el silencio en lo más profundo de nuestro ser.
Algo indispensable para vivir, sentir y disfrutar de un viaje como este, es ir acompañado de un sacerdote, o de dos, o de tres… Lo que puede aportar un padre en estos días, es determinante. En esta ocasión dos sacerdotes abrazaron a un grupo que se dejó achuchar con sus palabras, una comunidad que permitió que sus charlas y meditaciones, reblandecieran esos corazones, a veces, endurecidos y encerrrados en una coraza difícil de quebrar. El aliento, el soplo de estos hombres llenos de Dios hizo que todo fuese más fácil, que todo fluyera.
En fin, yo soñaba con un viaje para descansar, con un spa para relajarme, con un hotelito para no hacer nada… y durante cinco días me he encontrado en un spa espiritual en un lugar donde cada día la virgen María se aparece. En este lugar de paz, en mi desierto, cincuenta años han pasado por mi cabeza y de Su mano he comprendido lo realmente importante: Poner a Dios en primer lugar, el amor, el poder de la oración, el ayuno, los sacramentos y la humildad, la importancia de valorar lo que tenemos, el ejemplo de nuestros padres, el significado de ponerte en el lugar de tu prójimo, los frutos de una sonrisa o de un abrazo bien dado, y la seguridad de que, si no podemos más con nuestros problemas Él por intercesión de su Madre… se ocupa.
“ El mundo tiene una necesidad vital de hombres que se retiren al desierto. Porque Dios habla en el silencio” Cardenal Robert Sarah