Celebrarlo todo. ¡Como sea!

Me gusta celebrar, me gusta el lio, las comidas familiares y tener cualquier excusa para que un día sea especial y reunirme con mi familia, amigos, conocidos… A veces Miguel me para los pies porque no tengo medida y como él me sigue a todo con su amor incondicional, y poniendo la guinda a las reuniones con sus maravillosos detalles, acaba agotado.

Hace unos días celebrábamos nuestro aniversario de boda. ¡Qué gozada! ¡Qué de gracias y bendiciones nos ha regalado el Señor! Como cualquier otro año pensé en sorprenderle con un regalo, algo que recordara ese día tan maravilloso, nada material sino un detalle, regalarle un momento, una cena en pareja, ¡sin niños! Un descanso y una parada a solas para volver a coger fuerzas, para hablar sin interrupciones de lo nuestro, ni llantos, ni deberes, ni partidos de fútbol…

Nada salió como lo había planeado, ¿os suena?.

El día anterior tuvimos muchísimo jaleo en el estudio, recogida de niños de su plan de los viernes, cena, y vuelta al estudio a acabar algún asunto. La enana nos dió la noche…y por la mañana me quedé dormida y no preparé el desayuno especial con el que nos despertamos en todas las celebraciones. No estaban los pequeños detalles ni la música que acompaña a todas horas a Miguel.

Se nos fue complicando el día, vinieron amigos a comer y a última hora de la tarde tuvimos que acercarnos al tanatorio inesperadamente. Llegamos a casa tarde sin cena y reventados.

Los niños extrañados preguntando dónde estaba la sorpresa que le iba a preparar a papá. No pudimos hacer que se acostaran pronto para tener “nuestro momento”. Se sentían partícipes y no querían ser excluídos del plan.

Así que lo que iba a ser una cena romántica para dos se convirtió en “la celebración del nacimiento de nuestra familia” ¡Qué idea más estupenda!

El “tú y yo” pasó a ser el “nosotros” y ese nosotros tenía pleno significado en la fecundidad de nuestro amor con nuestros hijos. Me pareció una bonita manera, a partir de ahora, de dar otro sentido a este día. Un sentido pleno que Dios nos había querido mostrar:   “El día del nacimiento de nuestra pequeña familia.”

Todos colaboraron en la preparación. Cenamos pizzas, sobras de la comida, patatas fritas y coca-cola sin cafeína. Vimos el video de nuestra boda. Compartimos anécdotas divertidas de ese día. Nos acordamos de las personas queridas que ya no están con nosotros.- “¿Qué más se puede pedir?”- dijo Lucas (creo que por la Coca-cola)

Y esta celebración nos brindó la oportunidad de hablar con los niños acerca del sacramento del matrimonio:

• Del compromiso adquirido libremente por los esposos (hombre y mujer) ante Dios y ante la iglesia. Compromiso de entrega al otro sin condiciones. Esta entrega a veces significa renunciar a veces a nuestros propios deseos para hacer feliz al otro. En eso consiste el amor ¿no? Si no les enseñamos la entrega a los niños de pequeños, será difícil que luego lo entiendan en el matrimonio.

• De su indisolubilidad,  de la fidelidad, de la confianza absoluta. Para construir los cimientos hay que creer que esto es posible y lucharlo a diario.

• Del don maravilloso de la paternidad/maternidad que es imagen viva del amor de Cristo a su iglesia.

• De la misión que las familias cristianas tenemos de ser testigos y proclamadores del evangelio.

• De Dios, que está en medio de nosotros. Esa noche los niños también…;) y  dimos gracias al Señor por ello.

Si, si, ese momento tan necesario para dedicarnos el uno al otro lo recuperaremos en algún momento. ¡Seguro!